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Séneca 4aC.-65dC. |
Las personas que viajan mucho son enfermas. Dice textualmente, según mi edición: “agitación propia de un alma enfermiza”. Considera un espíritu equilibrado aquel que procura “mantenerse firme y morar en sí”. También comenta lo que les ocurre a los que viven viajando, que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es muy lamentable cortar o perder una relación de amistad por la distancia que supone un viaje prolongado. Extraño los amigos de la juventud, que a fuerza de viajes o dilatadas estancias en otros países nos separaron irremediablemente. A otros la muerte nos los arrebata. Amigos de otro tiempo pasan a nuestro lado como si se tratase de un extraño y se comportan con nosotros con total indiferencia. Quizá los amigos de cierta época al presente, la tecnología: los teléfonos móviles o el e-mail, lograron que no se rompiera el vínculo, sostenido por estos medios, impensable para Séneca. Pero una cosa son los viajes en la que está contemplado el retorno, otra el destierro, que tiene una carga profundamente dramática. Para los griegos el destierro era el peor castigo.
Hoy, en el S. XXI, tenemos muchas formas de viajar, que pueden variar, por ejemplo en el tiempo de traslado, así como en el precio y el medio. El avión o el tren tienen tiempos distintos, pero los precios son casi iguales. Siendo el tren más lento, es más caro que el avión. El tren es más cómodo y menos engorroso tomarlo y abandonarlo. Ya casi nadie viaja en barco, salvo los que pasan vacaciones en un crucero y tocan diferentes ciudades o los que lo usan para acceder a alguna isla remota.
En el tiempo de Séneca (S. I) los viajes serían muy lentos, en caballo, o en carruajes tirados por caballos, en litera, en barco y sólo para gente adinerada, la clase gobernante o el comercio; quizá por esto el tono pesimista sobre los viajes, en los que seguramente había que invertir mucho tiempo.
En cuanto a la lectura, le indica a Lucilio: “lee siempre autores reconocidos”. Ciertamente, quizá más que reconocidos, a verdaderos autores. Michel de Montaigne, en esa misma línea de ideas, dice que: “Apenas leo los libros nuevos, porque los antiguos me parecen más sólidos y sustanciosos”, se refiere a aquellos autores que han conocido numerosas generaciones y que, a pesar del tiempo transcurrido, han llegado hasta nosotros gozando aún de prestigio. Es a través de la lectura de estos autores que desarrollamos un criterio sólido, capaz de transformar nuestro ser. Luego vamos formando nuestro canon, nuestros clásicos. Aprendemos a detectar rápidamente lo que nos interesa o lo que no es de nuestro interés. No importa que hojeemos aquí y allá a donde nuestra curiosidad nos dirija, encuentro que es mejor acercarse a los libros sin prejuicios.
Montaigne se queja de algunos autores que se pierden en “prefacios, definiciones, divisiones y etimologías [que] consumen la mayor parte de su obra, y la médula, lo que hay de vivo y provechoso, queda ahogado por aprestos tan dilatados”. Muchas veces sentimos también ese alejamiento, de las ideas esenciales, provocado por el aparato crítico, que muchas veces pretende decirnos o explicarnos lo que un autor quiere decir, en vez de dejarnos leer directamente lo que un autor nos quiere decir, sin intermediarios.
Para cerrar esta carta Séneca aconseja a Lucilio: “procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos frente a las restantes calamidades y escoge uno para meditarlo cada día”. Como ejemplo, Séneca elige un pensamiento de Epicuro: “Cosa honesta -dice- es la pobreza llevada con alegría”. Y afirma: “No es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más”. En muchas de sus cartas Séneca aborda el tema de la pobreza y la riqueza, ¿cuánto tener? Lo necesario, lo suficiente.